Por Melinka pasaron militantes de diversos partidos y movimientos políticos (PS, PC, MAPU y MIR). Solo hombres, jóvenes, adultos y mayores provenientes de diversas clases sociales, culturas y ocupaciones (campesinos del sur, mapuche, mineros de Lota, doctores, académicos, dirigentes sindicales, funcionarios públicos y altos cargos políticos de la Unidad Popular) que venían de otros recintos o cuarteles clandestinos a lo largo del país, como del Estadio Chile, Villa Grimaldi, Londres 38 ó 3 Álamos en Santiago, la Academia de Guerra Naval y los buques de tortura flotante en Valparaíso (Esmeralda, Lebu, Maipo, Andalién), desde otros campos de prisioneros como Isla Riesco en Colliguay, Pisagua en la costa de Tarapacá, Chacabuco en la desértica Región de Antofagasta y, desde el sur, la Isla Quiriquina en Talcahuano o Isla Dawson en Patagonia. Todos detenidos por Ley de Estado de Sitio, sin juicios, fechas ni condenas. Solo estaban suspendidos en la merced de las FF.AA. y se estima que en 1975 el hacinamiento alcanzó los 800 prisioneros dentro del recinto. 

En los últimos meses de 1973 se construyó el Campo de Prisioneros Melinka con el trabajo forzado de prisioneros políticos traídos desde Isla Riesco, recinto administrado también por la Marina pero ubicado en las alturas de Colliguay (sector de la Cordillera de la Costa en Quilpué). Ellos levantaron las torres de vigilancia y el doble cerco perimetral con alambres de púas del nuevo campamento en los terrenos e instalaciones del Balneario Popular de Puchuncaví. Vecinos del sector fueron testigos de cómo el lugar pasó de ser un centro de veraneo a un centro de reclusión lleno de prisioneros y militares. 

Originalmente, allí se había construido uno de los 16 Balnearios Populares en Chile durante la UP para las vacaciones de los trabajadores y sus familias. Fue un recinto creado para albergar a 500 personas, con servicios permanentes y actividades programadas (talleres, juegos, ollas comunes, bailes, etc.), seis barracas en forma de “A” con decenas de cabañas de madera, letrinas, posta de primeros auxilios, biblioteca, canchas deportivas, lavaderos, cocina, bodegas y comedor colectivo bajo techo. 

Los Balnearios Populares fueron obras públicas, como parte de la “Medida 29” del Programa de Gobierno de Allende, para garantizar el turismo social y el derecho al descanso a los sectores populares. Alcanzó a desarrollarse desde Iquique a Duao entre 1971 y 1973. Trabajadores y sindicatos socios de la CUT (que agrupaba un tercio de los trabajadores en Chile) participaron en el inédito programa siendo sus principales beneficiarios. Tras el Golpe, las Fuerzas Armadas expropiaron dichos terrenos a la Dirección de Turismo para utilizarlos con propósitos represivos encargándose de eliminar y crear nueva documentación oficial para el traspaso “legal” de estas propiedades a las FF.AA.

En Puchuncaví la comunidad convivió con esta situación extraña, habituándose a los camiones de Infantes de Marina por las calles del pueblo, observando la reocupación del Balneario con el cotidiano vivir de una gran cantidad de gente encerrada y observando cómo la organización y la ocupación del ocio dentro del recinto nunca cesaba. Hablamos de un campo de prisioneros que también fue un espacio de aprendizaje colectivo, un lugar de encuentro para el intercambio de saberes e incluso para la organización política (llegando a conformar un Consejo de Ancianos que negociaba ciertos beneficios carcelarios para los presos políticos), entendido como acción de resistencia al encierro, a la privación de libertad y a la represión de todo ´lo político´. 

Allí se aprendió y ejercitaron distintos oficios o áreas del conocimiento de forma permanente y sin fecha límite, pues ninguno sabía cuándo sería liberado realmente. Obreros, campesinos y profesionales cursando talleres de filosofía, desarrollando producción artesanal, cursos de informática, historia, matemática, música, idiomas, dibujo, deportes. El campamento se convertía así en un “pequeño pueblito” dentro de Puchuncaví, de convivencia organizada, intercambio solidario y compañerismo para la sobrevivencia.

Los días de visita cobraban mucha importancia porque se recibía a familiares que llegaban desde lejos para verlos y abrazarlos. Significaba también un preciado momento para recopilar toda información posible sobre lo acontecido fuera del recinto. Muchos de estos familiares fueron ayudados por la comunidad puchuncavina que auxilió a las visitas brindándoles techo y comida con tal de quedarse más días en el pueblo de Puchuncaví y re-visitar a sus presos antes de emprender regreso a sus hogares en otros lugares de Chile. Este gesto creó un vínculo muy especial entre la comunidad y los prisioneros de Melinka. 

Sabemos del caso -por ejemplo- de una vecina que acudió al campamento con su bebé afiebrado y en muy mal estado. La persona encargada de la posta de primeros auxilios en el campamento era un prisionero-médico quien diagnosticó deshidratación severa y un procedimiento urgente para ayudarla junto a otro compañero médico. Días después, el prisionero escucharía por la espalda -y con la orden de no voltear- el agradecimiento de un Infante de Marina por haberle salvado la vida a su hijo. También se recuerda el sorpresivo nacimiento de Blanca Francisca Melinka Vásquez Cisterna al interior del campamento en 1975, cuya madre -con trabajo de parto nocturno y ante la ausencia de centros médicos en la zona- acudió a Carabineros de Puchuncaví quienes decidieron ingresarla de urgencia a la posta de Melinka. El parto fue un éxito y para todos los prisioneros fue un regalo de esperanza. A la mañana siguiente, muchos hicieron fila afuera de la posta para conocer a Francisca y regalarle sus pertenencias (posesiones u objetos artesanales confeccionados por ellos mismos en prisión).  

Lo anterior nos demuestra lo paradójico que terminaba siendo el campo de prisioneros Melinka, dado que los prisioneros podían observar la libertad afuera del cerco (vecinos caminando, aves libres cantando, árboles al viento, caballos y vacas pastando) pero al rato soportaban el castigo (picaderos en la cancha de básquetbol con palizas, plantones, trotes, sesiones de ejercicio forzado, eternos cantos de marchas e himnos para corregir el sentido patriótico de estos prisioneros políticos). También hubo simulacros de fusilamiento y enfrentamiento contra supuestos compañeros que venían a liberarlos. Balazos, gritos y carreras, nada más que montajes de guerrilla realizados por los mismos Infantes, solo bullicio actuado, nunca un muerto, heridos ni respuestas al fuego. De ahí que la comunidad puchuncavina -oyentes de todo este alboroto- pensaran que en Melinka habían fusilamientos reales por esos años.  

Pero también, para algunos, Melinka tuvo comodidades que no habían gozado en otros centros represivos, sorprendía entonces el ajetreo en el comedor en los viernes culturales, la biblioteca ocupada, la celebración de un matrimonio, recibir a personal de la Cruz Roja Internacional o poder transitar al interior del campamento sin vendas ni cadenas. Los prisioneros de Melinka sentían una mayor “seguridad” comparando sus experiencias en otros centros de represión, pero fueron sensaciones confrontadas con noticias permanentes de sus compañeros asesinados tras la liberación, generando gran incertidumbre sobre lo que pasaría con ellos fuera de la cárcel. No había garantía real de seguir con vida.

Su convicción política se mantuvo intacta y se demostró con la Huelga de Hambre que se realizó en el campamento entre el 31 julio y el 8 de agosto de 1975, donde participaron alrededor de 100 prisioneros, en su mayoría militantes del MIR. Por ese entonces, los medios de prensa nacional e internacionales publicaban los nombres de las 119 personas (mujeres y hombres chilenxs) encontradas muertas en Argentina debido -supuestamente- a que se habrían asesinado entre ellas mismas a causa de vendettas marxistas por dinero o enfrentamientos con la policía. Los presos en Melinka, dudaron de la versión oficial por ser poco creíble e irrisoria, ya que muchos de los ejecutados de la lista habían sido vistos por última vez en centros clandestinos de la DINA, como prisioneros bajo custodia militar y muchos de ellos eran considerados como Detenidos Desaparecidos desde ya hacía meses.

La Huelga de Hambre intentó ejercer presión para aclarar lo sucedido con los 119, conocer la verdad sobre su situación y paradero actual. Su presión alcanzó mayor efectividad cuando la noticia salió del campamento, difundida por familiares y el Cardenal Silva Henríquez(1), quien pudo hacer pública esta historia. Con el tiempo se confirmó que la Operación Colombo o Caso de los 119  fue un montaje comunicacional de la DINA, orquestado por la dictadura y prensa chilena, intentando acallar las denuncias de violaciones a DDHH en la época. Los cuerpos de los y las 119 nunca aparecieron (ni en Chile ni Argentina) y muchas de estas personas siguen Desaparecidas.  

Además, gracias a las denuncias y presiones internacionales de organismos de DDHH, la dictadura terminó por reconocer públicamente la existencia de Melinka como Campo de Prisioneros. Quizás por esta razón lo cierran en noviembre de 1976 dejando en libertad a algunas personas, conmutando penas por exilio o siendo trasladadas hacia otros recintos. Parte importante de la infraestructura fue desmantelada años después y algunas edificaciones reinstaladas en otros lugares de la comuna.

Hoy, este lugar se levanta como Sitio de Memoria. Es propiedad de la Municipalidad, declarado Monumento Histórico por el Estado y gestionado por la Corporación de Memoria y Cultura Puchuncaví, organización formada por ex prisioneros de Melinka, sus familiares y jóvenes profesionales que trabajan el Sitio desde el oficio y la militancia. Las acciones realizadas ahí ponen en valor su patrimonio cultural como Balneario Popular y Campo de Prisionerosm, así como también las memorias de la resistencia al Terrorismo de Estado hacen eco en las organizaciones comunitarias de Quintero-Puchuncaví que hoy resisten a la alianza entre Estado y la tóxica industria energética que envenena la tierra, el aire y el mar en esa localidad del país. Comunidades en permanente emergencia sanitaria-medioambiental, habitando esta zona de sacrificio donde se respira mucha lucha por la defensa del territorio, por salud y el derecho a vivir dignamente, libre de contaminación y represión.

1-Trazos de Memoria, Londres 38 / Entrevistas a Gastón Muñoz. Archivo Audiovisual.