Cárcel de Mujeres del Buen Pastor
Valparaíso (actual taller mecánico de Trolley S.A. Valparaíso)
San Felipe (hasta hoy Congregación Buen Pastor)
Toda mujer de izquierda que experimentó la represión en dictadura vivió la violencia sistemática, de tipo política y patriarcal. Fueron consideradas botín de guerra por ser mujeres dedicadas a la política y algunas -incluso embarazadas- tuvieron que resistir prácticas denigrantes y continuas golpizas, insultos, humillaciones, manoseos, burlas y vejaciones sexuales en el transcurso de las torturas e interrogatorios, esto en diversos cuarteles navales o policiales de las provincias de Valparaíso y Aconcagua. Tras el Golpe en 1973, las sobrevivientes de tortura y secuestro procesadas por los Consejos de Guerra (en Fiscalía Naval o Militar) cumplieron meses-años de condena en prisión, dentro de cárceles para mujeres instaladas en dependencias de la Congregación de Nuestra Señora del Buen Pastor que facilitó sus instalaciones por todo Chile para encerrarlas como prisioneras políticas. En Valparaíso hasta 1976 y en San Felipe hasta 1988, aproximadamente.
Durante el siglo XX, la congregación de monjas del Buen Pastor [BP] cooperó con distintas dictaduras de derecha por todo el continente latinoamericano, y en el caso de Chile, los conventos fueron utilizados por el Estado y Gendarmería como Correccionales Femeninas desde 1964. Las cárceles de mujeres Buen Pastor muestran la cara represiva de la Iglesia Católica en este país. De hecho, pensando en las mujeres de izquierda presas durante la Dictadura, el Buen Pastor evidencia la cooperación activa y complicidad de la Iglesia celadora con el Terrorismo de Estado. Experiencia opuesta a los casos del Comité Pro-Paz, la Vicaría de la Solidaridad, la Teología de la Liberación o a las labores del Cardenal Silva Henríquez junto a los icónicos curas rojos de la resistencia poblacional contra la represión del Estado (como el caso de Miguel Woodward en Valparaíso).
En cada BP de Chile las experiencias de prisión fueron distintas, dado que la relación entre prisioneras y monjas celadoras no tenía un patrón único y algunas fueron más cooperadoras con las Fuerzas Armadas que otras. Los espacios de reclusión fueron distintos también: en el caso de Valparaíso, el BP ocupó el primer piso de un edificio en el barrio El Almendral y el hacinamiento tiene recuerdos húmedos, lúgubres e insalubres, pues había quedado en ruinas tras el terremoto del ´71 y nunca lo repararon; la cárcel del BP en San Felipe, por otra parte, ocupaba (y hasta hoy) las dependencias de una antigua casa colonial de campo con soleados patios internos, árboles, plantas y esculturas.
Sin embargo, la principal similitud entre estos lugares es que las mujeres presas cayeron ahí por su trabajo político en la Región de Valparaíso y en tiempos de la Unidad Popular, perseguidas por su convicción en la resistencia y accionar de “agitación y propaganda” (armada, en algunos casos) contra la Dictadura. Decenas de mujeres presas en cada cárcel del BP, mujeres militantes del MIR-PC-PS-MAPU, agentes del cambio revolucionario para la época, mujeres activistas del movimiento popular en el campo, la mina, la ciudad, mujeres sindicalistas, cooperativistas, dirigentas poblacionales, campesinas, mujeres alfabetizadoras, madres y embarazadas, trabajadoras fiscales, adultas mayores, mujeres jóvenes profesionales, profesoras normalistas, estudiantes universitarias, incluso liceanas menores de edad. Desde Valparaíso a Los Andes, todas mujeres comprometidas con la lucha política por la liberación de su pueblo y la emancipación de la mujer chilena.
Pero, a diferencia de los centros clandestinos de interrogación y tortura de los que provenían estas mujeres presas, en la cárcel BP ellas fueron reconocidas por el Estado como prisioneras. Significaba, entonces, una aparición oficial en los registros policiales y judiciales, pero la custodia dependía tanto de las monjas como del personal de Gendarmería que vivía con ellas dentro de la correccional, quienes abrían la puerta a uniformados (marinos y militares) que ingresaban al convento para allanar, recoger y trasladar a prisioneras nuevamente hacia los duros interrogatorios. La angustia de las demás solo cesaba cuando las compañeras retornaban a la cárcel del BP o se confirmaba que habían sido liberadas, exiliadas o trasladadas hacia otro lugar con paradero reconocido-confirmable.
Ciertamente, enfrentar la cotidianidad del encierro en función de su propio bienestar fue lo que mantuvo ocupadas a las prisioneras políticas, en sus habitaciones colectivas y en los espacios de reclusión compartidos con las demás presas comunes. Abundan memorias de la cotidianidad marcadas por la rutina del claustro y la cárcel, despertándose a gritos, levantándose muy temprano para ocupar el único baño, controlando su higiene ante piojos o chinches, o los momentos de recibir y cuidar a las compañeras que llegaban tras la tortura, risas, cantos en coro, lecturas de mensajes recibidos, reiteradas discusiones políticas, ejercitarse o tejer como terapia ante el encierro, ocupar el ensayo de cánticos religiosos como escape mental, así como los bailes dominicales que -a pesar de todo y junto a las presas comunes- entre cumbias colombianas y boleros llenaban el comedor de jolgorio y alegría. También están los significativos recuerdos de aquellos días de visita cuando las prisioneras se “arreglaban” con tal de recibir a sus familiares más cercanos con el mejor de sus ánimos. Otra memoria importante que marcó la experiencia de prisión en el BP de Valparaíso fue el regocijo de ternura, preocupación y esperanza que implicó para las prisioneras la oportunidad de co-criar a dos hijas de compañeras nacidas en prisión, porque significó entregar cuotas de amor en tiempos oscuros y una práctica colectiva de sororidad más allá del compromiso político.
Los castigos y penitencias también fueron parte de la experiencia de prisión en las cárceles de mujeres del BP, después de todo la Congregación funcionaba como correccional femenina. Si bien, para muchas prisioneras llegar al BP implicó curarse de las heridas marcadas por la tortura o descansar de los interrogatorios violentos, también significó reconectarse con sus seres queridos y fortalecerse entre compañeras de forma mutua, pero sobre todo, implicó resistirse a los sermones ideológicos diarios -a la represión moralizante, de corte clasista y patriarcal- por parte de las hermanas del Buen Pastor que buscaron corregir la rebelde conducta femenina a propósito de sus militancias y acciones políticas.
En sus detenciones/secuestros, las prisioneras sufrieron agresiones sexuales como castigo político sobre sus cuerpos de mujer (marcando el desarrollo de sus vidas sexo-afectivas), pero al mismo tiempo, la represión intentó guiar a estas ovejas descarriadas por la senda del Buen Pastor, salvándolas de la perdición, intentando imponer su autoridad y poder religioso, hostigando la consciencia de mujeres prisioneras. Ejemplo claro de violencia de género, en cuanto Estado e Iglesia castigaron a mujeres de izquierda que decidieron involucrarse en política e irrumpir con fuerza en el espacio público, mujeres empoderadas -incluso madres- que negaron deliberadamente quedarse en sus hogares sirviendo a sus esposos o criando familias porque decidieron movilizarse y contribuir en la lucha política nacional desde su trinchera.
En la actualidad, las monjas aun no aceptan públicamente que fueron cooperadoras activas de la dictadura y del Terrorismo de Estado; de hecho, oficialmente la Congregación niega que estas mujeres fueran presas políticas. Ello, a pesar de la interpelación permanente de las ex prisioneras que de forma organizada demandan el reconocimiento de la Verdad a partir de su propia experiencia; se trata de mujeres que solamente en la lucha pueden sobreponerse al trauma, batallando contra la impunidad y entendiendo que aún hay que derribar las murallas de la negación de lo acontecido o la invisibilización de estas luchadoras sociales.
Sus experiencias y memorias forman parte de la genealogía de luchas vigentes para mujeres y feministas chilenas en la actualidad, dado que sus convicciones y vivencias en extremo intensas son una base histórica para cuestionar el patriarcado. Después de todo, hablamos de memorias subversivas, femeninas, con una fuerte convicción política, complementada con los lazos de amor y amistad solidaria en el encierro del Buen Pastor, una vida de afectos, intensidad y perseverante rebeldía.